Bueno, me toca a mi redactar mi primera entrada en el Blog de PutaCocreta, que en realidad debería haber sido mi segunda intervención, pues aún tengo pendiente realizar una introducción demigrante (como advertencia, decir que emplearé en mis entradas la jerga forocochera, así que antes de hacer de NewFag y decirme cómo se debe escribir demigrante correctamente, piénsatelo dos veces).
El sitio que voy a comentar es el más o menos conocido Palacio de Canedo, en el mismo Canedo, próximo a Arganza, próximo a Cacabelos, próximo a Ponferrada. Vamos, a tomar por culo de aquí; no obstante, un sitio recomendable al menos de conocer si se pasa por allí.
El Palacio de Canedo es el resultado del negocio hostelero de José Luis Prada, personaje histriónico donde los haya, pero que ha conseguido montar un tinglado bastante aceptable y curioso, y que desde luego, le va a permitir no pasar hambre ni penurias ni a él, ni a sus hijos (si los tiene) ni a los hijos de sus hijos. El Palacio de Canedo cuenta con un gran viñedo en la parte delantera del caserón y que el propio Prada utiliza para elaborar sus vinos. Consta de una parte de alojamiento y otra de cafetería y tienda así como una bodega. Se le ha añadido al palacio un módulo que permite ampliar la bodega para la elaboración de vinos además de la oferta de alojamiento. Y por supuesto, es un restaurante para eventos y particulares, además de ser la referencia de las franquicias "Prada a tope". Tiene, además, tienda de alimentos, vinos y otros productos autóctonos (chocolates, jabones, artesanía... todo lo que uno pueda imaginar).
Bueno, vamos al tema del restaurante. La visita fue para dos, así en plan romántico. Con reserva para un sábado noche. Hubo que reservar, y ya al llegar nos encontramos con el primer "pero": se estaba celebrando una boda. Curioso, pero para acceder al restaurante, había que atravesar la zona donde los invitados estaban recibiendo el cóctel. Y luego, por supuesto, los salones del comedor estaban ocupados por la boda, por lo cual tuvimos que cenar en la zona de cafetería. Aunque la verdad es que podrían haber avisado de esto al hacer la reserva, al final el salón de la cafetería es más acogedor que el de los propios comedores, y además, existe la posibilidad de cenar en la "terraza", con espectaculares vistas de los viñedos.
La carta es típica con productos bercianos, y en todos los platos suele aparecer algún producto típico de las franquicias de Prada: los higos zoupeiros (para mi un manjar), el pimiento del Bierzo (que para las carnes suelen poner confitado), o las castañas, en almibar o no, otro de los productos estrella.
No es extensa, pero más que suficiente para probar todo lo típico. Las raciones son amplias y si bien los entrantes parecen algo caros en relación con los segundos, la relación calidad/precio está muy ajustada. La carta de vinos es, exclusiva, de caldos elaborados en la propia bodega, tanto blancos como rosados y tintos, pudiendo elegir desde vinos de maceración (una aberración inventada para dar salida a vete a saber qué uvas, pero que no obstante, no está mal) hasta los grandes reservas de la bodega. Vamos con nuestro menú.
Como entrantes, justo después del aperitivo que nos pusieron, para compartir, pedimos una ensalada de canónigos con nueces, mousse de queso y aceitunas. Nada reseñable salvo por la frescura de los canónigos y lo riquísimas que estaban las aceitunas, que compartían aliño con la ensalada. Algo fresco y ligero para lo que vendría después. Además, pedimos una "selección de croquetas": de castaña, de cecina y de marisco. Todas muy ricas y especialmente sorprendentes las de castaña, dulces. Yo me quedo con las de cecina. En cualquier caso, abundantes (12 croquetas la ración, si bien no muy grandes), bien preparadas y presentadas.
Como segundos, elegimos platos de carne, aunque también hay pescados (y el famoso botillo del Bierzo, aunque para cenar nos parece excesivo). Un entrecot y unos tacos de carne roja con higos zoupeiros. Ambos preparados "al punto -", que luego resultó ser casi crudo para el entrecot y efectivamente, "punto -" para los tacos de carne. Yo, que probé las dos cosas, he de decir que era bastante mejor el entrecot, si bien los tacos de carne roja no estaban mal (aunque ya los había comido allí anteriormente y en aquella ocasión estaban mejor). Muy recomendable el contraste de la carne con los higos zoupeiros agridulces, en cualquiera de los casos.
Los tacos servidos con patatas paja, y el entrecot con unas patatas que aún no sabemos como estaban preparadas, pero muy ricas (parecían cocidas y después salteadas con mantequilla).
Como recomendación, a menos que te guste la carne cruda, pedir al punto. Incluso teniendo una boda, en la cocina lo prepararon bien, cosa bastante extraña, ya que normalmente cuando en un sitio pides "poco hecho" lo traen al punto, y si lo pides al punto te lo traen carbonizado. Aquí, al menos esta vez, lo traen bien.
Como vino, pedimos el reserva 2003, que sirven en decantador, y que está excelente, incluso de temperatura. El precio no está mal, rondan todos los vinos (tintos) desde los 12 euros del maceración a los 19 del reserva, saltando a los 39 el gran reserva. Merece la pena éste, que tomamos, sobre todo considerando que el precio del crianza era de 16 €.
La parte más floja fueron los postres. Han cambiado la carta respecto a la última vez que estuve... muchas copas de helado, flojas, y han quitado lo que para mi era la estrella: el helado de vainilla con higos (dulces en esta ocasión), aunque me las apañé para combinar una de las copas que ofrecían y me pusiesen justamente eso. Además, crujiente de leche frita, demasiado aceitoso y con sabor a masa de churrería cutre. Eso no nos gustó.
El servicio, en todo momento muy amable y atento. Ah, y todos españoles, cosa que yo valoro mucho. Profesionales de la hostelería y no mindundis sin formación empleados al efecto. Y el propio Prada dándose paseos por las mesas para preguntar como iba todo (un detalle que yo ahorraría, pero bueno, es su forma)... "ah, y estáis ahí con el reserva, a tope ni hostias!" (por fin entendí eso de "Prada a tope"). Bueno, una anécdota simpática. De la mesa de al lado se sirvió una copa de vino con el comentario "yo es que soy así de cara, a tope!!". Pero bueno, no excesivamente pesados.
La cuenta, con vino y todo, postres, y cafés, a unos 40 € por persona. En definitiva, no es un sitio que destaque por ser un gran restaurante, pero la calidad de los productos está bien (muy bien los productos propios allí preparados, incluso el vino), el servicio es bueno, y el lugar es digno de conocerse. Le doy 3 putacocretas en mi escala de 0 a 5, siendo 0 el lugar donde Piolo llevaría a MJ a cenar si está seguro de que paga él y 5 justo lo contrario.
P.D. No hay fotos.
lunes, 28 de mayo de 2012
martes, 1 de mayo de 2012
Casa Goyo (Alcocer, Guadalajara)
Hace un año que me habían hablado de este restaurante situado a unos 65 km de Guadalajara, pero no se había dado aún la ocasión de acercarme, debido a que se tarda hora y media en llegar desde Madrid y que es recomendable la visita acompañado de unas cuantas bocas hambrientas. Digo esto porque me habían advertido que los platos son exageradamente abundantes —como se puede apreciar en las fotos—, por lo que no es el lugar adecuado para ir en pareja.
Alcocer es un pueblo pequeño y encontrar Casa Goyo no tienen complicación, más bien diría que lo difícil es no encontrarlo, como ocurre con un lugar donde aparcar.
Entrando en el local, salta a la vista un bar de pueblo tal y como lo había imaginado por las referencias previas. El choque llega al entrar al comedor, una sala dispuesta como un salón de banquetes que contrasta con la imagen que tenía —esperaba algo como un asador poco cuidado—.
Pero vamos al condumio. Dentro de una carta variada con vinos sobradamente conocidos, nos decidimos por las recomendaciones que traíamos —hay que decir que veníamos con la idea de ver los gigantescos platos, no una delicada comida—.
De entrante pedimos unas croquetas de jamón que, lejos de invitar a exclamaciones cercanas al título de este blog, me sorprendieron gratamente, las mejores que he probado en mucho tiempo — excepción hecha de las de mi madre, por supuesto—.
Y de plato principal elegimos un churrasco y un san jacobo, para compartir entre los cuatro.
El churrasco es excesivamente grueso —un billete de 50 € se nos quedaría corto—, debido a lo que el centro se queda crudo y, lo que es peor, frío; así que tras presentarlo en la mesa, lo trocean y te lo preparan al gusto. La carne excelente.
En cuanto al san jacobo, dentro de lo espectacular del tamaño, no deja de ser un cachopo asturiano enorme, como se puede ver en la foto.
Llegados a este punto, al borde del colapso alimenticio, quedaban los postres, una difícil elección: reventar o probar alguna de las propuestas que tenían mejor pinta. La respuesta es evidente, en un grupo de cuatro siempre habrá, al menos, uno con un elevado desconocimiento de sus límites. En nuestro grupo, por supuesto, no podía faltar tal personaje y no voy a nombrarle aquí por su explícito deseo de mantener el anonimato; sólo diré que de alguien que asegura correr los 100 m en 11 s —sólo con verle esa posibilidad desaparece de cualquier cabeza—, no se puede esperar que sea consciente de sus limitaciones.
Eso sí, peores fuimos los otros tres que le dejamos hacer, así que todo acabó con tres postres sobre la mesa: helado de chocolate blanco, tocinillo de cielo y leche frita. Algo ligerito para acabar.
Los postres aceptables tirando a buenos, pero el criterio gastronómico a estas alturas ya no estaba muy lúcido, así que es posible que estuvieran mejor de lo que me parecieron en ese momento.
Todo acabó con un gin tonic para ayudar la digestión y un paseo por el pueblo que se nos hizo pequeño para todo lo que hubiésemos necesitado caminar.
En resumen, resultó un lugar mejor de los esperado, al entrar sólo resonaba en mis oídos ¡carnaza, carnaza hasta reventar! y me fui con la idea de volver para probar otros platos sin el ansia de comer hasta reventar.
Una experiencia muy recomendable.
Y para acabar un video que se le ha venido a la cabeza a Nacho sobre la experiencia.
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